viernes, 22 de abril de 2011

Lourdes Pacheco - ¿Por quién ululan las sirenas?

Publicado en Nayarit Opina Milenio, lunes 18 de abril de 2011

¿Por quién ululan las sirenas?

Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara[1]

Nadie es una isla completo en sí mismo;
cada hombre es un pedazo del continente,
una parte de la tierra;
si el mar se lleva una porción de de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia;
la muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque estoy ligado a la humanidad;
y por consiguiente,
nunca hagas preguntas
por quién doblan las campanas;
doblan por ti.


John Donne

Alguien llega al lugar de las balaceras con agua y jabón para desmarcar el fuego. Alguien arrastra los cuerpos hasta las camillas de las ambulancias en un intento vano de desocupar la mancha del muro. Alguien descuelga los cuerpos de los puentes. Alguien toma la fotografía de los rostros muertos.

Luego ululan las sirenas. Sirenas de ambulancias o de patrullas se internan en los laberintos de la ciudad adormecida por promocionales políticos desde los cuales hombres y mujeres de otro mundo sonríen y prometen paraísos. Han de ser de mundos asépticos donde el olor a muerte no llega. Mundo al que se ingresa según el tamaño de los bolsillos.

Porque los rostros jóvenes yacen al sol. Los párpados aún están atravesados de espinas, las manos adolescentes sueltan el arma con que fueron seducidos para la muerte temprana y cierta.

Nosotras somos las que hablamos y escribimos. Estábamos aquí cuando empezó la matanzón. Primero empezamon a verlos en la nota roja: una muchacha muerta por el novio, una viejita apuñalada por su esposo. Luego supimos de Brenda, la muchacha de diecisiete años arrojada a los cañaverales. Nos dijeron que eran crímenes pasionales. Algo ocasional, pasajero. Ella salía de casa sin permiso, los provocó con su belleza insomne. La viejita no le dio la cena a tiempo al esposo. El anciano, en su sano juicio, arremetió contra la desobediencia. Las leyes certificaron derechos. Los jueces dictaron sentencias sin faltas de ortografía contra las culpables. Luego llegaron los muchachos a la muerte. Jóvenes, muy jóvenes, del lado de los malos o de los buenos o de los buenos malos o de los malos buenos, empezaron a morir. Nos desangramos en la juventud.

De doce, diecisiete, veintidós años y muertos. No hubo Universidades para ellos, ni Tecnológicos, ni Ley del Primer Empleo que los arropara, que celebrara el bono demográfico. Ninguna fundación de televisoras, ninguna iglesia, ningún ideal para que continuaran en la vida. Ninguna empresa fue por su talento, Ni políticas públicas, terrenales, privadas, de tiempo libre, de empleos temporales. Nadie les dio un balón o una estrella.

Una sociedad vieja va de compras, consulta internet para evadir las calles de las sirenas. Planea las siguientes vacaciones frente a un mar sin sangre.

El aire trae ese olor de la ignominia, se nos pega en la piel como un nuevo bronceador. Nos tomamos las manos en las noches intranquilas para paciguar el miedo. Por todas partes se asoman los ojos de los muertos en fosas comunes o arriba de los puentes. Nosotros ya no somos los mismos. El miedo empieza el largo proceso de paralizar la vida en las esquinas donde la balacera arriba. Las sirenas volverán a romper el cómodo sopor de la primavera.

Quizá no lo sabes, ¿Por quién ululan las sirenas? por ti, por mí, por nosotros.


[1] Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit lpacheco@nayar.uan.mx

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