viernes, 11 de noviembre de 2011

Miguel Ángel Arce Montiel - Décimo aniversario luctuoso de don Tino Ávila


Décimo aniversario luctuoso de Tino Ávila

Miguel Ángel Arce Montiel

El 12 de noviembre del año en curso, se cumplen 10 años del fallecimiento de Justino Ávila Arce, quien fuera diputado de la XXV Legislatura del Estado de Nayarit y presidente municipal de Tepic de 1999 al 2002, habiendo gobernado solamente por 2 años, ya que la muerte lo sorprendió a sus 63 años de edad en el 2001. Don Tino como le decíamos afectuosamente, fue un microempresario que se distinguió por su humanismo y eficacia, adhiriéndose al PRD en 1996 habiendo participado previamente como candidato externo a diputado por el distrito I, afiliándose después a las filas perredistas ese mismo año.

Como presidente municipal, los buenos recuerdos sobre su desempeño son muchos, y, vistos a la distancia, resaltan su figura no sólo porque contrasta positivamente con otros, sino porque ejerció el gobierno municipal en condiciones de relativa dificultad, empezando por no tener una mayoría en el Cabildo; en un contexto de conflicto del entonces gobernador con el PRD, del cual se deslindó alegando que la alianza con este partido había sido nada más en el plano electoral. Asimismo, don Tino hubo de sortear otras dificultades, algunas muy conocidas como los ataques constantes de un sector de la prensa local mal acostumbrada a la extorsión que constantemente lo calumniaban e insultaban; la propia herencia negativa del Ayuntamiento anterior que dejó una serie de problemas principalmente administrativos; e incluso las presiones de algunos compañeros del PRD en busca de espacios sin tener el perfil adecuado; o los reclamos habituales de organizaciones sociales que demandan servicios, entre otros. Con todos ellos supo don Tino estar a la altura, negociando con los actores políticos adversarios sus demandas legítimas sin hacer concesiones indebidas; haciendo respetar la autonomía municipal de injerencias o presiones abiertas o encubiertas del ejecutivo; preocupándose por erradicar vicios y corruptelas derivados del patrimonialismo, el cual utiliza los recursos públicos como botín; y aguantando estoicamente los improperios de pseudoperiodistas chantajistas.

Don Tino se mostró desde su desempeño como diputado y luego como alcalde como un hombre austero y responsable que tomaba en serio el mandato popular. No era alguien que aprovechaba un cargo público para hacer futurismo político medrando con los recursos públicos. Evitó el culto a la personalidad porque creía que el dinero público debía ser usado en necesidades sociales urgentes e importantes y que lo demás se daba por añadidura, que la gente reconocería su trabajo a partir de los hechos y no de la publicidad, y tuvo razón en ello, pues aunque su muerte le impidió para pesar nuestro que capitalizara políticamente lo que había cosechado, conquistó el afecto del pueblo, logro que pocos políticos pueden presumir y gozar. En efecto, luego de su segundo informe de gobierno, su prestigio y popularidad habían subido como la espuma.

Don Tino procuró un acercamiento con la gente sin demagogia, atendió a todos los que le solicitaron audiencia instrumentando para ello un día a la semana (“El miércoles ciudadano”) para atender al público en general, no sólo a quienes eran representativos de alguna institución u organización que solía atender en su despacho. En dichas audiencias públicas, sus principales funcionarios también daban la cara resolviendo en corto las demandas de la gente. Los informes cuatrimestrales fueron otra forma de estar rindiendo cuentas a la sociedad en forma abierta, con datos duros, exponiéndose a la crítica de los representantes ciudadanos de los Comités de Acción Ciudadana y de ciudadanos por la libre que podían opinar y cuestionar con absoluta libertad las acciones que sus autoridades decían se habían realizado, y de los recursos que se habían empleado, evitando triunfalismos y efectos mediáticos a través del maquillaje de cifras, medias verdades o mentiras completas.

En cuanto a las demandas de grupos e individuos, don Tino actuó con sensibilidad y responsabilidad, sin hacer falsas promesas, sin crear falsas expectativas, con voluntad de ayudar y de cumplir con sus compromisos de campaña y con sus obligaciones legales sin más restricciones que las que la misma ley le señalaba y de acuerdo a las posibilidades financieras de la institución, que por cierto dejó con finanzas sanas, saldando la mayor parte de la deuda heredada dejando a su vez una pequeña deuda que posteriormente crecería de manera exponencial.

Don Tino tuvo un trato respetuoso pero exigente con sus colaboradores y de diálogo franco y sin cortapisas con los regidores, haciendo del Cabildo un verdadero gobierno colegiado. En ambos casos no hubo una pizca de autoritarismo sino un ejercicio de la autoridad en términos democráticos y republicanos. Con los funcionarios mantuvo estrecha comunicación, supo delegarles funciones, respetar sus atribuciones legales, exigirles eficacia y honradez. Nunca humilló ni en público ni en privado a un colaborador y jamás confundió la amistad con la complacencia; exigía resultados pero no trató a sus subalternos como un jefe impersonal, en forma despótica, sino con respeto y camaradería. Con los regidores se comportó del mismo modo, haciéndoles ver que eran corresponsales del gobierno, negociando intensamente con los coordinadores de cada fracción partidista poniendo los intereses de la sociedad por encima de todo, sin turbiedades ni arreglos vergonzantes.

En fin, la figura de don Tino se acrecienta con el tiempo porque ante el descrédito de la política y los políticos, el deterioro del tejido social, la crisis de seguridad, la carga de una enorme deuda económica que asfixia a los Ayuntamientos, entre otros males sociales. Su conducta seria, austera y responsable como gobernante nos hace desear personajes como él para que se involucren en la vida social en responsabilidades públicas. Ojalá que la memoria de don Tino sea preservada para que las nuevas generaciones de ciudadanos sepan que hay gente positivamente diferente. Desde luego, no se trata de apostarle a un sujeto providencial (capaz y decente) que venga a salvarnos o a resolvernos nuestros problemas, sino a que la sociedad deje de ser una mayoría silenciosa para volverse protagonista de su propio destino a través de su participación informada, consciente y decidida, para que de ese modo, los individuos como don Tino no sean una excepción deseable sino una regla, porque una ciudadanía con esas características no sólo podrá elegir a los mejores hombres y mujeres como sus representantes, sino podrá hacer valer el principio de mandar obedeciendo de manera que los “mandatarios”, o mejor dicho “mandatados”, sean auténticos servidores del pueblo.

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