SOCIEDAD BALACEADA
Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara
Nadie llora. No mires este rostro
Donde las lágrimas no viven, no respiran.
No mires esta piedra, esta llama de hierro,
Este cuerpo que resuena como una torre metálica
Vicente Aleixandre
22 de febrero de 2010
Son las nueve de la noche del sábado. Fuera de casa se escuchan los ires y venires de los jóvenes en una noche fresca. Una luna creciente asoma en el horizonte y de pronto inicia el ulular de sirenas. Cada vez más cerca las sirenas empiezan a invadir el terreno particular de la calle: ahogan los ruidos de la noche para quedarse como el ruido total. Las patrullas pasan por el frente de la casa en un pasar por pasar. Imponiendo su presencia a la noche.
Alguien me llama por teléfono para avisarme que en la tienda de la esquina han matado a una persona. Inicia entonces la alerta familiar: localizar a las hijas, establecer claramente los lugares donde están, pedirles que no vengan a casa. Inicia el llamado de otros amigos, familiares, conocidos, vecinos. No sabemos realmente qué pasa, lo que sabemos es que la violencia de las balas ha llegado hasta la calle donde vivimos.
La violencia armada empezó a ser una excepción. De pronto, lo que les ocurría a otros también empezó a ocurrirnos a nosotros. Cada quien tenía una historia que contar, un suceso que narrar, un detalle nuevo sobre hechos violentos. El cerco empezó a cerrarse más y más cuando los sucesos dejaron de referirse a “me contaron” para iniciar con el “a mi primo”, “mi vecino me contó”, etc., entonces nos dimos cuenta que la sociedad estaba siendo tomada por asalto.
Algo se rompió este fin de semana después de que los acontecimientos de violencia armada ocurren en los lugares donde la gente común y corriente como nosotras pasa la vida. Las sencillas tareas de ir a comprar pan, tortillas, leche para las hijas, de pronto se convierten en actividades de alto riesgo.
¿Debemos enfocar el enojo hacia el estado? ¿Quién debe actuar en estas circunstancias? Sin duda el estado tiene su propia responsabilidad porque una de sus funciones es asegurar la paz pública. Otros también tienen sus responsabilidades porque en la larga cadena de factores necesarios para evitar esta fractura social no actuaron en el momento adecuado. Enredados en discursos de competencias, vagando en leyes inoperantes, aludiendo a reclamos entre funcionarios, dejaron desplomar la responsabilidad estatal.
Nosotras, las personas comunes y corrientes nos convertimos en reos de la violencia armada. Indefensos ante un estado incapaz de articular respuestas efectivas, estamos a merced de la suerte, en el azar de que los acontecimientos que no decidimos, que no pedimos, nos arrastre en la sinrazón de la violencia, a la cual no tenemos capacidad de oponernos.
La socialización a través de la palabra es uno de los pocos recursos que nos quedan. Hablar, comunicarnos, compartir los temores, las estrategias de cuidado, las recomendaciones, habla de una sociedad capaz de acompañarse mutuamente. Porque ante el escenario de un estado ineficiente, la sociedad recupera los lazos solidarios con que puede autoprotegerse. No sabemos si lo que decimos nos consta o no, lo que sí sabemos es que la comunicación es una de las formas de la solidaridad, de exorcizar el miedo. Por eso, nadie puede arrebatarnos la capacidad de la comunicación humana.
Hoy, la sociedad nayarita ha sido balaceada. Cada bala que mata a una persona cierra la posibilidad de diálogo, de camino, de otra forma de ser país. Anula la democracia porque vuelve inoperante el sistema de división de poderes, de partidos políticos. Anula también los logros de las generaciones ¿qué cuentas damos a nuestras hijas cuando ni siquiera podemos asegurar la tranquilidad de caminar por la banqueta?
Me duelen estas balas porque destruyen vidas humanas, parte de la generación a la que pertenezco, sueños de construir una sociedad donde la vida, simplemente la vida, sea posible.
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit
Fuente: http://www.nayaritaltivo.com/
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