domingo, 25 de septiembre de 2011

César Cruz - Juan José Ley Mitre, el vocero del norte

Juan José Ley Mitre, el vocero del norte

César Cruz Salazar

Sin duda alguna, el arduo trabajo realizado el maestro Juan José Ley Mitre durante varias décadas para sostener su revista “El Vocero del Norte” resulta meritorio, pues muchos proyectos periodísticos fenecen apenas nacen o tuercen su línea editorial según donde sople el viento. Mantener vigente un proyecto como éste significa no sólo una carrera de resistencia, sino también y sobre todo de congruencia. El “Vocero del Norte” como su nombre lo indica, nació para ser la voz de su pueblo, para reconocer y reconocerse en él a partir de sus más nobles causas. No fue un proyecto que se creó para halagar a la clase política y al gobernante en turno, pero tampoco para confrontar gratuitamente al poder, sino para pugnar por los intereses de la sociedad y para tender puentes entre ella y el poder político. El periodismo de Juan José Ley Mitre se construyó con esa convicción.

Los pueblos nacen y crecen en la palabra, sus habitantes edifican desde ella eso que llamamos identidad. La palabra escrita y hablada es el rostro profundo de la cultura, de la idiosincrasia, del agua que se bebe todos los días. El uso de la palabra reviste de múltiples posibilidades todo acto humano: como conversación, refugio, permanencia... Por eso los pueblos cuentan y cantan. Sobre la mesa están sus palabras que se comparten como la sal, como la banca del parque que es todos y de nadie. El profesor de Español y Literatura, el educador formador de conciencias que fue Juan José, no podía ser ajeno al sentir de su pueblo. Supo escuchar sus palabras, las hizo suyas, las recreó, las dio a conocer, las convirtió en memoria.

Habiendo nacido en Tecuala el 24 de junio de 1930 en las tierras de sus ancestros, formó allí su familia y vio crecer su descendencia. En su querido pueblo natal también trabajó y luchó, siendo a la vez testigo y actor de su historia. Ley Mitre amó su tierra y se impregnó de ella, escuchó sus voces, conoció sus historias, las que dicen a grito abierto o en voz baja. Su vida fue más allá de sus labores académicas y periodísticas, integrándose a su comunidad respetando sus tradiciones y costumbres. También fue escritor, militó con la palabra, fue amante de las palabras que oyó, que leyó, que escribió. Tomó la palabra y alzó su voz.

Juan José se impregnó en su estilo periodístico no sólo de influencias literarias de los escritores que ávidamente leyó. Abrevó también de fuentes primarias, de las historias de su pueblo que aprendió desde niño, a través de cuentos, leyendas y otro tipo de narraciones que cuenta su gente, que se trasmiten de boca en boca en boca, de generación en generación.

Sus informantes fueron la calle, los pájaros, la barda de adobes, las campanadas de la iglesia por la tarde llamando a misa, el pordiosero del jardín, la viuda, los huérfanos, los viajeros, el parroquiano que se traslada a su trabajo, su casa, o cualquier lugar, los asiduos a la plática –que los hay por fortuna, en todos los pueblos-, sus alumnos, sus amigos, sus colegas. Todo lo que hay su entorno lo recuperó gracias a su sensibilidad literaria y lo compartió gracias a su vocación docente.

Cuando leo los escritos de Juan José Ley Mitre, pienso en la escuela. Será tal vez porque lo conocí maestro, o porque su proyecto educativo de vida se convirtió en un apostolado o será tal vez porque sus escritos periodísticos –sencillos y de buen gusto- se asemejan a una cátedra de un maestro empeñado en hacerse entender hablando claro, razonando con propiedad.

He leído informes de algunas investigaciones donde se ha comprobado que el manejo en el aula escolar de textos cuyo contenido se contextualiza en el lugar de los hechos educativos, ya sea por ser producto de sus participantes, de sus vecinos o de sus coterráneos; ya sea por describir la geografía, los episodios, los nombres de las calles, las ciudades, su flora, su fauna, sus personajes, su clima, las efemérides, su gastronomía, sus fiestas, sus costumbres, sus leyendas… ha favorecido el abordaje de los programas curriculares propiciando notablemente el desarrollo de los aprendizajes y provocando el amor a los libros.

Con libros que hablen el lenguaje de los alumnos y hablen de ellos, la escuela es escenario de lo que es propio, espacio de pertenencias, lugar donde en términos ideales deseamos estar alumnos y maestros. Encuentro donde la construcción del conocimiento es un ejercicio lúdico, liberador, feliz. Para esto, el salón de clases necesita ser un espacio de pertenencia y de refugio, un espacio de lectura del mundo y de acercamiento, de inclusión, de diversidad, de recepción, de intercambio; no de descalificación, no de exclusión, no de sometimiento, donde las experiencias de aprendizaje se den –naturalmente- desde la palabra que se otorga a los propios usuarios.

Juan José Ley Mitre pervive en la memoria de quienes lo conocimos por su conducta ejemplar y nos sigue hablando espiritualmente a través del “Vocero del Norte”, un medio de comunicación modesto en su formato pero que honra con creces el calificativo de periodismo.

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