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martes, 1 de febrero de 2011
José Luis Olimón Nolasco - 'Jtatic' Don Samu-el
'JTATIC' DON SAMU-EL
de Jose Luis Olimon, el Lunes, 31 de enero de 2011 a las 16:10
Sin ser, ni lejanamente, un conocedor de la lengua hebrea, ni de la lengua tzotzil, me he atrevido a titular estas letras, escritas en honor y en recuerdo de Don Samuel Ruiz García, obispo durante cuarenta años cabales y uno de pilón para preparar su partida de este mundo o, por decirlo en lenguaje joánico, del mundo este, Don Samu-el ‘Jtatic’ porque creo ―no en el sentido de una opinión más o menos ligera, sino en el sentido de una convicción profunda, inverificable por cierto,― que en esas tres palabras, la primera de origen latino y con una doble fuente etimológica; la segunda de origen hebreo y la tercera de origen tzotzil, se condensa ni más ni menos que el ser y la misión de quien en estos días ha sido denominado, con justeza y con justicia, obispo de los pobres, obispo de los indígenas, obispo quetzal, obispo incómodo y profeta mexicano del siglo XX, entre otras denominaciones.
Don, decía, una palabra de origen latino, con una doble fuente etimológica: don, como proveniente de donum (dádiva, presente, regalo, gracia, aptitud, habilidad, disposición); Don, así con mayúscula, proveniente de Dominus, señor, con un sentido señorial no tanto por la condición social cuanto por la condición humana singular. (En este sentido no es gratuito que a ningún político reciente se le anteponga el Don y que solo se haga con algunos pocos de los miembros del episcopado mexicano como se solía hacer, de manera espontánea, con Don Sergio y Don Samuel, a cuyos nombres al ser pronunciados con el Don precedente, no hacía falta añadir apellidos para saber de quién se estaba hablando).
Sin duda, Don Samu-el fue un don en todos esos sentidos: un regalo, para algunos proveniente, en último término, de lo alto o, mejor aún del Altísimo; para otros, sin que esto excluya aquello, de las entrañas más ricas y pobres de este país, de las montañas chiapanecas; un varón dispuesto a escuchar la Voz de Dios y el clamor tumultuoso de los pueblos indígenas exigiendo justicia y requiriendo ser escuchados y atendidos y, sin duda, un Señor, un Señorón en todo el sentido de la palabra, al grado de poderse afirmar, como se ha hecho en estos días que Chiapas no sería hoy lo que es, a pesar de no ser todavía lo que tendría que ser, sin los pasos firmes e incansables de El Caminante cuyos pies recorrieron aquellas tierras y valles, aquellos bosques plantados por las manos del Amado, esos ríos sonorosos, esos lagos preciosos.
Samue-el, el escuchado por Dios, cuyo nombre contenía ya en germen su vocación y su misión, su vocación a hacerse escuchar, a hacer escuchar esa voz y ese clamor que, a su vez, había escuchado y, no podemos olvidar fides ex auditu, es decir, el acceso a la fe no se ob-tiene a través de la vista, de lo que se ve, sino a través del oído, de lo que se oye o, mejor aún, de lo que se escucha…
Y ya ni qué decir, de que, cada día más y mejor, se fue convirtiendo en ‘Jtatic’, en padre bueno, en especial, muy en especial, para los indígenas y los refugiados y no sólo los refugiados indígenas, sino los extranjeros, los extraños a aquellas tierras, muchos de los cuales habían escuchado también una voz y unos clamores ancestrales que les condujeron a aquellas tierras que manan leche y miel junto con injusticia, opresión y muerte, muchos de los cuales habían padecido el exilio de su tierra, de su patria ―chica o grande― de los suyos, de sus iglesias.
En este contexto, no son casuales tampoco, los días y los años.
La muerte la víspera del 25 de enero, fecha en que la Iglesia Católica, santa y pecadora, la Casta Meritrix, que con todo nunca deja de ser madre, celebra la conversión de San Pablo el apóstol de los gentiles, llamado a anunciar la buena nueva, el Evangelio a todos aquellos que no pertenecían al Pueblo de Israel, al Pueblo de la elección y sin duda, Don Samu-el fue un obispo converso, converso al mundo de los pobres, al mundo de los pueblos originales, sin dejar de ser obispo, sin abandonar a una Iglesia que nunca acabó de entenderlo, ni de aceptarlo ni, mucho menos, de seguir sus pasos. Fue un converso que anunció la buena nueva no solo a los pobres y a los indígenas, sino a los ricos y a los ladinos para que a través de la conversión pudiera alcanzar la salvación y posibilitar una vida digna para todos aquellos a quienes se les ha negado a lo largo de los siglos y se les sigue negando, en especial para los pueblos mayas.
Cuarenta años cabales como obispo y uno de pilón decía… Cuarenta años que evocan los cuarenta años de la peregrinación por el desierto con destino a la tierra prometida, una tierra prometida a la que, como Moisés, no pudo llegar y que aún parece tan lejana, quizá, incluso, más lejana que cuando comenzó este peregrinar.
Sin embargo, como lo decía hermosamente Ximena Peredo en su editorial ‘Jtatic’ publicado en Reforma, citando en parte un texto de Don Samu-el: «Habrá que buscar en la desolación, en las injusticias y en las desigualdades la sólida certeza de que vamos avanzando. "Cuando se alimenta en nuestro corazón la esperanza de ese avance, ya hay una transformación"».
Es decir, que la tierra prometida no solo es una meta por alcanzar sino una meta alcanzada en esperanza, no en esperanza fallida, sino en la sólida esperanza de lo que ya se obtuvo.
No puedo concluir esta reflexión meditante y evocante, sin decir una palabra acerca de los nayaritas que encontramos refugio y que nos encontramos con los pobres de Dios, con los anawim de los que hablaba Don Samuel en su Teología de la Liberación, si no mal recuerdo, y con el Dios de los pobres en aquellas tierras chiapanecas.
No quiero concluir estas letras, sin decir una palabra acerca de los amigos, compañeros y hermanos que dedicaron parte de su vida o su vida entera esa causa que Don Samu-el encabezaba.
No quiero concluir esta reflexión, sin hacer mención de Alfredo Inda (la piedra desechada tras décadas de entrega a los refugiados provenientes de Guatemala), a Jorge Torres, a Miguel Ángel Medina, Gabriel García, Javier Reyes (la otra piedra desechada por los arquitectos y convertido ahora en Vicario de la Pastoral Diocesana de la diócesis de San Cristóbal. A Agustín Ibarría, Miguel Dueñas, Felipe López y Sebastián Altamirano, todos enviados un día por otro Don, Don Adolfo Suárez Rivera a aquellas tierras que lo vieron nacer, para apoyar la pastoral incipientemente liberadoras a partir de 1972.
No puedo concluir esta reflexión sin recordar a Chuyita, Lula, Elia y Chela Medina, religiosas del Buen Pastor que también se acrisolaron en aquellas tierras, ni a la Hermanas Auxiliadoras, en especial a Lupita Gómez, quien entregó los últimos años de su corta vida a la causa de los indígenas y de los pobres de aquellas tierras. (Lupita, la amiga, la hermana con quien pude experimentar que es posible el amor pleno y profundo entre un hombre y una mujer, entre una religiosa con voto de castidad y un sacerdote con promesa de permanecer célibe, un amor pleno y profundo con la casa siempre sosegada, por decirlo con los términos místico-poéticos de San Juan de la Cruz.
No quiero concluir esta reflexión, sin decir que, así como Don Samu-el tuvo cinco minutos para decidir si aceptaba el encargo como obispo de la Diócesis de San Cristóbal, en algo así como cinco minutos, en la sala del entonces Seminario del Tecolote, sentí un impulso irresistible que me hizo decir: Yo me voy a Chiapas, con Miguel (Dueñas) cuando había quedado como único candidato entre quienes terminábamos los tres años de Filosofía, para ir a hacer el entonces denominado Año de Pastoral a la Parroquia de Chicomuselo, municipio de Frontera Comalapa, Chiapas, Diócesis de San Cristóbal, a reemplazar a Agustín Ibarría, ahora párroco de Compostela y a Francisco Guadalupe Reyes Reyes, ahora Vicario de Pastoral de esa antigua diócesis y a acompañar y apoyar a Jorge Torres García.
En verdad, en verdad, como decía Jesús, no sería quien soy, sin aquella experiencia chiapaneca, experiencia que nunca sabré cómo habría sido de no haberse incrustado en mi aquel necator americano que me llevó, por segunda vez en mi vida y apenas a los 20años de edad, al umbral de la muerte; una experiencia que no habría sido nunca igual si no hubiera sido por la conversión previa de Don Samu-el, el ahora ―como nunca antes― escuchado por Dios, de cuyo banquete disfruta ya, sin duda alguna, aunque no sea aún el banquete pleno que ad-vendrá cuando pueda beber del vino nuevo, en la Tierra sin mal, en compañía de los pobres de la tierra.
Y más allá de ti, ‘Jtatic’, el Padre Bueno de quien fuiste sacramento, es decir, signo eficaz, ese Padre de Jesús a quien es preciso alabar mil veces porque fue rebelde y porque luchó noche y día contra la injusticia de la humanidad, como reza cantando, como canta rezando el Canto de Meditación de la Misa Campesina Nicaragüense y cuya tarea prosiguen todos aquellos que se dejan guiar por su Espíritu de Justicia y de Paz.
José Luis Olimón Nolasco
Desde Tepic, Nayarit, México
Enero de 2011
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