DESDE MI OPTICA ALLENDE)
Arturo Camarena Flores
ANDANZAS EN LA CIUDAD DE MEXICO
A los de mi generación que crecimos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) no se nos dificultaba nada y atentos al acontecer mundial veíamos pasar por Tepic camiones y trenes llenos de “braceros” rumbo a los campos agrícolas de los Estados Unidos. Hacinados pero sentados y tal vez contratados no se me hacía gran esfuerzo el que hacían y mejor puse mi mira adolescente y aventurera en la ciudad de México llegando en 1951 ó 1952.
La distancia de Tepic al Distrito Federal la cubrimos José García “El Loquillo” y yo en 3 días. Por supuesto que nos fuimos de aventón o “auto stop” como le llaman los gringos a cuyas tierras nunca tuve la curiosidad de conocer. México era la atracción principal pues sus periódicos estaban llenos de empleos.- Casi sin dinero nos fuimos confiados en que ante el fracaso, no nos podían fallar nuestros paisanos (como acertadamente supusimos), el famoso licenciado Oscar Monroy Gómez y los estudiantes, (hoy afamados médicos) Juan López Mercado, José Loreto Hernández, Jesús González G. Florencio Mercado Quezada y Matías Pérez Ortega, notables nayaritas que dominaban el comedor universitario de la calle Academia y el del Pentatlón de Sadi Carnot 70. Por su influencia y ayuda no pasamos mucha hambre ni nos faltó techo pues nos dieron posada en su departamento estudiantil cerca de la antigua universidad pues la CU aún no funcionaba como tal.
La calle Justo Sierra con su preparatoria era nuestro sitio de estar hasta que el “Palillo” jefe de la porra estudiantil nos llevaba a la bola de desocupados a manifestarnos contra el juicio a los Rosenberg, matrimonio comunista ejecutado en los Estados Unidos (1953). También irrumpíamos al cine Goya o al Venus sin boleto pero sin hacer daño. A los 3 ó 4 meses me di cuenta que no era posible sobresalir en esa inmensidad sin más preparación que saber leer y escribir (incluso en máquina) y retorné para continuar la abandonada escuela secundaria. Mi amigo José García volvió a Tabamex y a vender sombreros. El segundo intento de salir de mi provincia y sobresalir en el Distrito Federal fue con la preparatoria terminada en Tepic (1957) y la situación cambió pues la buena preparación en anatomía gracias a nuestro empeño y al profesor Antonio Tovar hizo que de los diez solicitantes para las escuelas de medicina y de odontología ninguno fuera rechazado. Doce años después me instalé en mi tierra como oftalmólogo.
Innumerables son las veces que he regresado a visitar la ciudad de México que y sigue siendo tan atractiva y recuerdo que conocí el manicomio de La Castañeda (como alumno) hasta la cárcel de Lecumberri, (por fuera). Como espacio conurbado de pronto estaba en Ciudad Satélite, Ciudad Azteca o en Ciudad Netzahualcoyotl. Desde Xochimilco puedes caminar al otro extremo a visitar la Villa de Guadalupe. Que sean más de 40 kilómetros es lo de menos. La fe por delante.
Como estamos muriendo los miembros de mi generación, junto con mi esposa, (defeña ella), fui a despedirme formalmente de la ciudad a la que debo mi preparación y donde fundé mi propia familia. Instalados estratégicamente, pudimos ir a pie a la calle del Carmen a conocer el Museo de la Luz (dependiente de la UNAM) y luego a la calle Donceles a escuchar la sesión del Colegio Nacional. Para ello pasamos por la Alameda Central, la calle Madero, la preparatoria No. 1 y las oficinas de la SEP donde trabajaba mi novia María Cristina, hoy madre de mis cinco hijos. Al siguiente día (domingo), visitamos El Museo del Chopo, (dependiente de la UNAM) y el Monumento a la Revolución donde me hice el juramento que sería especialista en ojos y le grité: misión cumplida. Todo el tercer día la pasé en Ciudad Universitaria, (día libre para mi mujer con suficientes tarjetas de crédito). Al siguiente visitamos a la familia en La Merced para darles oportunidad a mis dos cuñados que nos atendieran como debe ser, y pasé por el Hospital Juárez donde viví dos años de mi carrera profesional. He leído que lo más grato de volver a una ciudad es saludar a las amistades que hayas hecho. Aparte de los pocos amigos que localicé, el último día de nuestra corta estancia fuimos a mi pabellón de oftalmología del Hospital General de México, aunque cada año nos veamos con maestros y compañeros en algún lugar de la república, la despedida final y formal debería ser precisamente ahí. Hasta nunca temblores y terremotos; Hasta nunca a las horas en tránsito; Hasta nunca ciudad de México. Reconozco que siempre la extraño (junto con sus millones de personas trabajadoras y aguantadoras) con nostalgia y gran gratitud.
Correo: arturocamarena1@hotmail.com
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